La casa de mi abuelo Axel y Lilly en Norrbyn en la provincia de Västerbotten donde nacio y vivio mi madre
cada verano vino la familia para visitar y ayudar con la cosecha
tiempos de cosecha con toda la familia.
Mia tia Nora, la hermana de mi madre con su marido Erik y los abuelos.
Maj-Britt con sus padres mis abuelos Lilly y Axel
Maj-Britt con 21 años ya casada y con una hija.
Mi madre nació el 6 de enero de 1932, el día de Reyes, en un pequeño pueblo en el norte de Suecia. Era la más pequeña de seis hermanos en una familia que llevaba consigo la sombra de la tragedia, ya que el único varón murió de meningitis cuando tenía unos 12 años.
La casa donde crecieron, construida por las manos de mi abuelo y con la ayuda de su suegro, se alzaba a unos 3 kilómetros del pueblo, en medio de un enorme bosque con árboles de pino, abedules y abetos de casi 40 metros de altura. La casa era espaciosa y bonita, aunque carecía de agua corriente y baño. El agua debían buscarla en el pozo del vecino, ya que el del abuelo no era apto para el consumo.El bosque lleno de intrigas y trolls y animales tan enormes como los alce y los osos, el lago donde pescamos peces que eran incomestibles, los llanos llenos de arbustos de arándanos, arándanos rojos y un tipo de moras amarillas que llaman el “oro del bosque”
Los inviernos eran muy duros, cubriendo todo con un manto blanco de nieve y un frío que helaba hasta los huesos. Mi madre solía decir que para ella, el verdadero frío se manifestaba a temperaturas de 35 grados bajo cero; de lo contrario, aquel invierno se consideraba cálido. Su camino hacia la escuela, ubicada a esos lejanos 3 kilómetros, se convertía en una travesía helada donde esquiar se volvía una necesidad. A la temprana edad de 12 años, una fatídica caída en el camino resultó en la fractura de su pierna. Con el frío, no iba a durar mucho, pero afortunadamente mi abuelo, que iba a hacer un recado, la encontró y la rescató.
Si los inviernos fueron crudos, los veranos fueron todo lo contrario. Incluso en el norte de Suecia, los veranos pueden ser más calurosos que en el sur, además de contar con luz las 24 horas debido al espectacular Sol de medianoche. Mi abuelo era granjero, tenía vacas y caballos, y seguramente más ganado que yo no vi durante mi infancia. Tenía su propio terreno donde cultivaban alimentos para los animales para los largos días de invierno. Por eso, en verano, toda la gran familia venía a ayudarle a cosechar. Estoy segura de que la infancia de mi madre fue muy feliz. Siendo la más pequeña, se quedó sola con sus padres, ya que sus hermanas se fueron, supongo, a trabajar y después a formar sus propias familias, pero se reunían todos los veranos en Flackaàsen, como llamaba mi abuelo su casa.
Mucho más no sé y tampoco nos contó mucho de su infancia. Terminó los estudios en el pueblo, Norrbyn. En 1842 se introdujo la escuela pública obligatoria durante 6 años para todos los niños a partir de los 7 años. Así entiendo que cuando mi madre cumplió 13 años terminó la escuela. No sé qué hacía después; eso sí, cuando tenía 18 años, estaba trabajando en Telefónica como telefonista en Umeå, la ciudad de los abedules y la más cercana a su casa. No se quedó mucho tiempo allí antes de solicitar un traslado a Malmö, la ciudad del sur. ¿Por qué terminó en el sur? Pues no lo contó mucho. Insinuó que se enamoró de un militar en el Regimiento de Umeå, y ese militar fue destinado al sur. Entonces, pidió traslado a Malmö, pero por alguna razón que desconozco, nunca se unió al militar. En cambio, allí se encontró con mi padre, quien en ese momento era cobrador en el tranvía, y ambos, muy jóvenes, apenas tenían 20 años.
En Malmö se quedó el resto de su vida, junto con mi padre, quienes se convirtieron en padres con 21 años recién cumplidos y, claro, con sus altibajos como en cualquier matrimonio. Mi madre tenía un fuerte carácter, además de un temperamento muy cambiante. Nosotras, las hijas, sabíamos bien cómo elegir los momentos en los que ella estaba contenta para pedirle cosas que seguramente había negado en otros momentos. Hoy, seguramente se le diagnosticaría algún síndrome; le faltaba un filtro, ya que podía soltar cualquier bobada o insulto y encima quedarse tan fresca.
Siendo la mayor de las tres hijas, tuve muchos problemas con ella. Ninguna de las dos queríamos ceder, y claro, el resultado eran peleas, riñas que, una vez que me mudé de casa, podrían durar meses. En algún sitio leí que eres adulta el día que perdonas a tus padres, perdonar el daño que te hicieron. Y ahora no me refiero a daños físicos, sino daños con palabras o hechos. Y yo tardé mucho, quizás demasiado tiempo, en perdonar justo a mi madre. Creo que fue cuando la vi tan vulnerable con el Alzheimer, cuando no sabía arreglarse por sí sola, cuando hablaba de sus padres, de su casa y nos pedía por favor que la lleváramos allí, a la casa en el bosque en el norte. Su angustia, su intranquilidad, sus temores de que íbamos a envenenarla cuando le dábamos una pastilla. Asi nunca tuve tiempo de hablar con ella sobre su comportamiento conmigo, pedir una explicación, ya era tarde y tampoco a estas alturas importaba demasiado.
Espero solo que al final se encontro lo que estaba buscando durante tantos años y asi por fin podia descansar tranquila junto con sus padres.