Cada año se celebra el día mundial del Alzheimer. Entonces todos los periódicos publican artículos sobre esa terrible enfermedad, las cadenas de televisión emiten reportajes, en la calle hay gente que ofrece información y buscan colaboraciones.
Reconozco que no sabía mucho sobre el Alzheimer hasta que mi madre se enfermó, pero desde entonces he leído y he buscado toda la información posible. Es una enfermedad realmente horrible, pierdes tu memoria y la vida que has tenido junto a tu familia. Vas perdiendo poco a poco las facultades hasta quedarte como llegaste a este mundo, como una hoja en blanco y sin saber hacer nada.
A mi madre le diagnosticaron Alzheimer cuando la enfermedad estaba bastante avanzada. Sospechábamos que algo pasaba porque no estaba bien, no tenía comportamientos normales y realizaba comentarios extraños.
El que no quería ver la realidad fue mi padre, su cuidador. Mi padre intentó ignorar todos los signos y no le quería contar a nadie su día a día con ella. Comentaba, "Me siento como un traidor contando cosas malas de mi esposa", nuestra madre. Pero lo tenía muy difícil intentando ocultarlo todo a sus tres hijas.
Los últimos años fueron bastante difíciles. Para mi padre fueron años de sufrimientos y llantos y como él mismo decía, "Hay días malos y hay días peores". Tuvo que aguantar sus malos modales, cuidar de ella y todo lo que implicaba llevar una casa, aún estando muy cansado por su edad y sus propios males. Una de las cosas que le hacían sentirse mal era que ella no le reconocía, mi madre siempre estaba buscando a su Jan. Él le contestaba desesperado, "Pero soy yo, estoy aquí", pero ella le miraba y le decía "Qué culpa tengo yo que haya tantos que se llamen Jan”.
Cuando iban a salir, mi madre se empeñaba en dejar una nota escrita para su Jan, escribía “Vamos a salir, volvemos pronto”, Mi padre con un poco de cachondeo firmaba el papel. Así años tras años estuvo buscando no solamente a su Jan, sino también buscaba a sus padres, mis abuelos. Su obsesión era volver a la casa de su infancia. Esto fue una auténtica desesperación para mi padre y supongo que para ella supondría una angustia tremenda.
Llegó el día cuando mi padre ya no podía cuidarla más. Ella sospechaba que él quería envenenarla, le pegaba y a veces se levantaba por las noches para freír un huevo o para planchar la ropa. No sabía cuidar su higiene y pronto perdió la facultad de poder expresarse. Fue algo terrible tener que llevarla a una residencia, ella estaba furiosa y mi padre lloraba, pero no había otra solución. Ella lo sintió como un castigo pero creo que para mi padre fue un alivio que existiera gente que sabía tratarla. Fue a verla todos los días, horas y horas. Ella estaba contenta de verle pero a veces le decía, "Mira, mejor que te vayas porque estoy esperando a Jan".
Doy gracias a la tecnología, ya que aún viviendo a 3000 km pude hablar con él todos los días y a cualquier hora, me daba tranquilidad pero también algo de angustia. Cuando no estaba mi padre “conectado” mi corazón daba un vuelco y si pasaban las horas sin tener noticias de él, me ponía muy nerviosa. Lógicamente no se podía hacer nada, la distancia es lo que es, pero creo que él y yo nos sentíamos mejor al poder hablar y vernos por Skype.
Pues tras leer los síntomas del Alzheimer, me doy cuenta de que mi madre ha seguido exactamente todas las fases de la enfermedad y mi padre como familiar ha seguido exactamente esas pautas.
Durante algunos de estos años, me reía mucho con mi madre cuando pasaba por la primera o segunda fase, (No de ella sino junto a ella). Por sus comentarios, sus preguntas y por la gran fascinación que sentía al ser yo para ella una desconocida que sabía cuál era su historia y la de sus padres. Me contó cosas de su infancia que yo ya sabía y otras que no. Hubo un momento en el que ella podía recordar el nombre de su primer profesor del colegio pero no recordaba el nombre de sus hijas, ni mucho menos se acordaba de que había tenido hijas.
Sus ruegos siempre fueron ”Por favor llévame a mi casa con mis padres.” Mi padre hubiese dado la vida para poder llevarla, cosa que era tan imposible como recuperarla. Una vez me dijo que no podía entender cómo ella añoraba tanto su infancia, él ni por todo el oro del mundo volvería a la suya.
Tanto él como yo hemos llorado cuando veíamos su angustia al querer volver a la casa de sus padres, la angustia de sentirse sola, de no reconocer a nadie a su alrededor, la angustia de que algo está pasando y no saber el qué.
También es cierto que me he enfadado con ella por su mala leche, por sus palabrotas y por su mal comportamiento, pero después he sentido una enorme tristeza. Ver el declive de una personalidad que fue mi madre, una señora limpia, pulcra, fina, muy escrupulosa y mandona, hasta sus últimos días en la residencia. Tenía el apodo “La General”, por algo sería.