La década de los 80 para mi fue muy complicada. Con 30 años te crees que puedes superar todas las dificultades y si lo pienso con cabeza, así fue. Pero muchas de las cosas que ocurrieron, podrían haber sido de otra forma si hubiera tenido la valentía de decidir por mi misma. Allí entraba mi cobardía, al no ver las alternativas. Era más fácil seguir a Antonio, que cuando él quiere convencerte de algo, no existe razones que puedan ir en contra de lo que él piensa o quiere. Antonio, vendió el restaurante en primavera del 81 y desde entonces iba constantemente a la finca de su padre, por lo que yo en esa época me sentía muy sola. Mis grandes apoyos en ese entonces era mi trabajo, mis amigos y mi hijo que siempre estaba conmigo.
Finalmente tuve que dejar mi trabajo. Me despedí de mi jefe y de mis compañeras, aunque me pedían que reconsiderara mi decisión y que me quedara. Si lo hubiera hecho, toda mi vida habría cambiado. Hay que recordar que yo era muy apreciada en esa oficina, conseguí que la clientela aumentara y que el ingreso fuera mayor, por lo que tenía un sueldo bastante bueno. Pero al fin y al cabo tenía 30 años, era fácil de convencerme de que ser ganaderos y que de vivir en el campo iba a ser fabuloso y mucho mejor que quedarme sola en San Pedro, así que en agosto de 1983, nos fuimos.
Mientras pagábamos varias deudas, compramos una pequeña ganadería de vacas bravas con el dinero que nos iba sobrando. Creamos una sociedad junto al padre y las hermanas de Antonio, iba todo al 50% pero no recuerdo que existiera ningún papel oficial ni ningún contrato que lo especificara. Como íbamos al 50%, también tuvimos que pagar lo que le correspondía a mi suegro.
Una vez más, buscamos un medio de transporte para poder llevarnos nuestros muebles de San Pedro a Extremadura. Allí estaba la finca de mi suegro, creo que eran unas 75o hectáreas. La finca "La Calderuela", era preciosa y tenía muchísimos árboles, llanos, arroyos, un corral muy grande y una caseta antigua. A mí lo único que no me cuadraba era el por qué había tanto espacio para solo 100 vacas. Ya que se gastaba un montón de dinero en pienso para poder alimentarlas ya que en verano no había ni un poco de hierba. Pero qué sabía yo de ganadería, absolutamente nada.
La finca estaba situada a unos 15 km de Navalmoral, donde vivíamos. En cuanto llegamos, nos mudamos con mi suegro, mi cuñada Marga, Jerónimo y una hermana de mi suegro. Como ese no era nuestro plan, buscamos en seguida un sitio donde poder vivir, en un bloque cercano. Cuando pensé en ser granjera, no me imaginaba el tener que vivir en un piso pero no podíamos hacer otra cosa y en la finca no se podía vivir ya que no había electricidad ni agua.
Al principio todo era muy bonito, era una aventura más. Después me di cuenta de que yo era un 0 a la izquerda y que no valía para esto. No sabía nada de vacas, ni del trabajo que tenía detrás, por lo que tuve que quedarme en casa con la tía Virginia, el hermano Jerónimo y con mi hijo, que había empezado el colegio.
Aprendí a conducir el Land Rover, que era todo un logro, no era nada fácil mantener el coche recto en la carretera pero finalmente lo conseguí, así que por lo menos pude ayudar en algo. Con la ayuda de mi suegro preparé un precioso huerto, aunque duró menos que un domingo. Entraron 5 cerdos y no dejaron nada, solo unas cebollas, supongo que no eran de su agrado. Semanas de trabajo se perdieron en una sola tarde.
Estaba ya harta del campo, todo lo que sembrábamos eran patatas, sandías o maíz y todo resultaba ser comida para los animales.
El verano en Extremadura es como indica el nombre, extremo. Había que levantarse a las 5 de la mañana para poder hacer algo antes de que llegase el temido calor. Las tardes eran totalmente insoportables, pero había que volver para una o otra cosa. El trabajo en el campo es y fue muy duro, también resultó ser muy decepcionante. Siempre había algo que no iba bien, malas cosechas, animales perdidos por toda la finca, enfermedades, precios caros de piensos y poca ganancias vendiendo animales. Además, un granjero nunca tiene tiempo libre. Todos los días hay que cuidar de los animales, no importa si es domingo, semana santa o navidad.
Viví allí durante pcoo más de un año y nunca vi nada de los alrededores. Mi vida se basaba solamente en Navalmoral y en el campo. Éramos unos exclavos de los animales. Antonio siempre estaba ocupado con algo, era joven y fuerte. Era el único varón, por lo que era muy solicitado por su padre y sus hermanas.
El campo tenía sus cosas buenas, la tranquilidad, el poder ver crecer a esos animales, el buscar huevos de las gallinas que lo iban poniendo donde les daba la gana, pescar en los arroyos, las matanzas donde se preparaban jamones, chorizos y salchichones y por supuesto, las comidas de los domingos.
Lo que pasaba, es que yo me sentía muy sola y muy extranjera, es decir, muy guiri. Sentía como todos me miraban y como todos hablaban a mis espaldas como si yo no me enteraba de nada. No era como en la costa, donde había más variedad de culturas. Antonio no podía dejar Extremadura pero llegamos a un acuerdo de que yo podía irme por una temporada, así que preparé una malera para mí y otra para mi hijo.
En otoño de 1983, Antonio me llevó a Madrid y me subí a un autobús con Manuel para viajar hacia Malmö.