En verano de 1972 termine el Bachillerato Superior y con bastante buenas notas, por lo menos para poder seguir estudiando en la universidad y eso es lo que mis padres esperaban de mí.
Yo estaba muy cansada de estudiar, además no tenía ni idea de qué carrera elegir. Quería trabajar, ganar mi propio dinero y viajar, por lo que deseaba tomar un año sabático antes de seguir estudiando. Antes de eso quería celebrar mi fin de curso con un viaje al extranjero sin mis padres, por lo que mi amiga y yo, después de mirar todas las ofertas, decidimos ir Costa del Sol como el año anterior, pero esta vez elegimos un hotel en el centro. Cogimos un apartahotel de la cadena Sofico, creo que el Hotel se llamaba La Perla 6.
Nosotras estábamos decididas a volver a España y sobre todo, sin padres. Supongo que ellos lo pasaron mal, pero no hubo demasiadas protestas y además íbamos a cumplir 18 años. Annika tenía 16 años e iba también, tenia órdenes de cuidarla y como hermana mayor, por lo menos lo intenté.
Estuvimos dos semanas en el apartahotel. Tenía dos dormitorios, un salón y una cocina pequeña, además estaba al lado del Paseo Marítimo y de la playa, por lo que no podía ser mejor.
Fueron dos semanas intensivas y nosotras, al contrario que mis padres, no estábamos tumbadas en la playa todo el día. Recuerdo que pasamos un día en Mijas y otro en Málaga. Íbamos por nuestra cuenta sin contar con las excursiones de la agencia de viajes porque nos costaba menos usar el transporte público.
En seguida hicimos muchos amigos, tanto en las cafeterías como en las discotecas. Creo recordar que había dos discotecas, una en frente de la otra, pero siempre íbamos a Tam-Tam y es allí donde encontré al hombre que iba a cambiar mi vida y supongo la suya también! Pero esa es otra historia.
Éramos nosotras tres y un grupo de chicos en el disc-jockey. Juan (El inglés), Damien con sus amigos y Antonio, que de vez en cuando trabajaba allí como camarero.
Lo pasábamos realmente bien, nunca tuvimos que pagar la entrada a la discoteca, ni las copas. Nosotras siempre estábamos en la pista de baile y veíamos a las españolas sentadas todas juntas mirándose y supongo que criticándonos, pero eso nos importaba realmente un pepino. Éramos las reinas, las “Dancing Queens”, nos llenaban de piropos, nos pagaban las copas, nos invitaban a restaurantes, ¿A quién no le gusta eso? Veníamos de Suecia, el país democrático, el país moderno, el país feminista, el país de las igualdades donde las chicas pagaban su entrada de cine, su mitad de la comida, su propia copa y llegamos a un país donde nos trataban como a reinas, a quién no le gustaría eso con 18 años!
La cosa es que no éramos princesas ni reinas. Nos habían formado en un país de iguales, nos enseñaron a estudiar y a trabajar, como los hombres, pero con 18 años eso no era lo más importante.
Los días se fueron pasando con mucho sol, con el cielo azul, la playa y la fiesta, pero las vacaciones terminan y llegó el día de la despedida.
Las tres lloramos, nos cambiamos las direcciones con nuestros nuevos amigos y nos hicimos la promesa de volver a vernos.
En un chiringuito con Juan y Antonio
Antonio y yo en la playa
Mirador de Mijas