Una historia es como un tren en movimiento, no importa donde te subas a bordo, tarde o temprano uno siempre llega a su destino. Por eso mis historias no tienen ningún orden en especial, el final llegará cuando tenga que llegar.
Después de un verano con los alemanes y viajando por todo el país, volví a la rutina de mi horario Malmö - Estocolmo, ida y vuelta, teniendo dos días libres a la semana. Antonio encontró trabajo en Lund, en el restaurante Lundia, un sitio con bastante categoría. Su sueco había mejorado muchísimo después de sus estudios, además terminó con muy buenas notas.
Ya teníamos ahorrado bastante dinero para poder cambiarnos a otro piso un poco más grande, también ubicado en el centro. El sitio era muy popular entre la gente joven. Mi hermana, que también se había emancipado y trabajaba en la misma empresa de los trenes que yo, encontró un piso justo encima de nosotros. Curiosamente, nuestra bisabuela en su juventud vivía en la misma calle que nosotras.
Me quedé embarazada al finales del año 75 y por el riesgo de sufrir cualquier problema, no me dejaban seguir trabajando en el tren. Me trasladaron al restaurante de la estación, el único que había entonces. Nunca fui una buena camarera, me costaba muchísimo llevar más que 3 platos a la vez y era un incordio cuando ya había 4 clientes. Tampoco sabía abrir una botella de vino delante del cliente, que en ese entonces era una costumbre. Así que muy a gusto no estaba ya que también odiaba los almuerzos, siempre habían muchas prisas, pero sabía que era temporal.
Antes de nacer el bebé, aprovechamos para realizar un viaje a España. Fuimos en coche a medianos de abril y para entonces estaba embarazada de 6 meses. Pensándolo ahora, era una auténtica locura, no entiendo cómo pude ser tan irresponsable, pero siendo joven e ingenua uno no piensa realmente en las consecuencias. En realidad no pasó nada del otro mundo, sabíamos el camino y sabíamos dónde parar cuando caía la noche. El primer día dormimos en Bélgica, creo que fue justamente en Mons. Al día siguiente estuvimos en el sur de Francia y la tercera noche la pasamos en la finca, La Puerta Verde en San Lorenzo de Escorial. Nos quedamos unos días en el campo con mi suegro y mi cuñada, para después seguir más al sur, a Marbella.
El tiempo no nos acompañó, no había nada de sol y hacía bastante frío. Así que tomamos la decisión de seguir en busca del calor y del sol. Desde Marbella fuimos camino a Ronda y a Sevilla. Era semana santa y claro, todo estaba a tope, no encontrábamos ningún lugar para quedarnos. Estábamos bastante cansados, pero con ánimo seguimos nuestro camino a Huelva, más bien a Punta Umbría donde por fin encontramos un hotel.
Lo recuerdo como un pueblo bastante aburrido, sin gente y con arena por todos los sitios, creo que hasta las calles no tenían asfalto. Como el tiempo seguía igual y nosotros estábamos en busca del sol, cruzamos la frontera y entramos a Portugal y la costa Algarve. Era un sitio precioso, había unas playas maravillosas, hoteles de lujo y una comida estupenda. Llegamos a Portimao, encontramos un hotel fabuloso y también dimos con el sol que tanto buscábamos.
Después de unos días de descanso y de paseos por la playa, tocaba regresar a casa, pero esta vez cogiendo por otro camino. Dejamos la costa atrás y fuimos subiendo hasta la frontera española, a Rosal de la Frontera. Las carreteras eran malísimas, más bien eran rurales de quinta categoría, llegó un momento que no aguantaba más y vomité lo que no está escrito. Lo único bueno era que no había nada de tráfico y si vimos a alguien eran a algunos policías que andaban por ahí. Por fin llegamos a España, las carreteras eran bastante mejores y pasamos la noche en Jabugo. No dormimos mucho porque hacía un frío del carajo, aún teniendo miles de mantas en la cama. Por algo es el pueblo más famoso de España, es donde mejor se curan los jamones.
Continuamos el viaje y llegamos bien tarde a Plasencia, donde reservamos una habitación en el hotel Alfonso XIII, un hotel clásico y elegante que se encuentra en el barrio histórico y muy cerca de la catedral. Por la mañana fuimos a visitar a los tíos y a los abuelos de Antonio que vivían en una finca fuera de Plasencia. En realidad no sé cómo hemos podido viajar por toda Europa sin un GPS, solo con mapas de papel y no recuerdo que nos hayamos perdimos por ningún sitio. Tampoco nos perdimos cuando condujimos a la finca Valtravieso, donde conocí por primera vez a los tíos y la prima de Antonio. Los abuelos les conoci antes cuando vivi en Madrid. Recuerdo un fin de semana cuando fuimos de visitales a su pueblo, Horcajo de Montemayor, y también recuerdo lo que dijo la abuela a Antonio, "¿Es que no hay muchachas aquí que hablan en castellano?". Entiendo que para ellos yo era algo fuera de lo común.
Nos quedamos a comer con los abuelos, el tío Luis, el tío Alejandro, la tía Adela y la pequeña Angelines. Recuerdo haberle preguntado a la prima que si me podía enseñar el cuarto de baño, me llevó fuera de la casa, apuntado hacia la cuadra y diciéndome que podía elegir donde yo quisiera. Era un poco primitivo para mi gusto, pero es lo que había. Después de comer, seguimos el viaje hacia Salamanca. Pasamos la noche en un hostal de mala muerte, hicimos un poco de turismo por esa ciudad tan preciosa y nos marchamos.
En este punto de la historia, Antonio y yo no nos ponemos de acuerdo, más bien soy yo la que no recuerdo bien de todo lo que ocurrió. Puede que después de nuestra última parada, pasáramos por Fresno el viejo para ver a su hermano y su familia. Yo creo recordar que fuimos directamente desde Salamanca al país vasco y seguidamente a Francia.
Lo que sí recuerdo muy bien, fue que me había quedado dormida en el coche ya que era de noche. Noté que Antonio paró en mitad de la nada, por lo que me desperté y vi que nos rodeaban muchos Guardia Civiles con sus ametralladoras apuntando hacia nosotros, casi me da un infarto. Nos pidieron las respectivas documentaciones y miraron el maletero, después de haberlo controlado todo nos dejaron ir. Nos fuimos pitando para salir lo antes posible del país vasco. Justo después de pasar la frontera, encontramos un hotel y pudimos respirar un poco.
Durante el resto del viaje, no hubo ninguna incidencia. Cuando llegamos a Alemania y a Travemunde casi estábamos en casa, era meter el coche en el barco y unas horas, ya que más tarde llegábamos a mi tierra sanos y salvos.