Después de las vacaciones en Fuengirola, mi padre me consiguió un trabajo en el hospital, en la unidad de donación de sangre. Él fue donante de sangre durante muchos años, por lo que conocía a todas las enfermeras y con el encanto que él tenía, me garantizaba un trabajo.
Mi plan era trabajar durante seis meses, estudiar español en una academia, sacarme el carnet de conducir, ahorrar dinero y después marcharme de viaje. Mi amiga tenía las mismas ideas, así que durante todo el otoño estábamos planificando qué hacer y cómo viajar.
Durante esos meses lo pasé muy mal en mi casa ya que cuando no trabajaba, me quedaba encerrada en mi cuarto o pasaba las horas en la casa de mi amiga. Mi madre estaba en contra de nuestro viaje, cosa que en cierto modo puedo comprender (Más ahora que antes), pero se comportó de una manera muy mala, no tenía límite en sus comentarios, me llamaba de todo y me trataba más o menos como una basura. Intenté buscar la ayuda de mi padre pero no tuve éxito, él pensaba que yo exageraba porque cuando él estaba presente, ella tenía la boca bien cerrada. En esos meses enfermé, me salió el Herpes Zoster alrededor de la cintura (Fue un posible contagio del hospital o por tener las defensas bajas a causa de los nervios que tenía), pero seguí yendo a trabajar ya que era mejor que quedarse en casa.
También hubo buenos momentos, uno fue cuando aprobé el carnet de conducir y mi padre me dejó su coche para ir a trabajar. Los horarios de trabajo eran infernales, la jornada comenzaba a las siete en punto de la mañana. Me levantaba de noche y volvía de noche, era para matarse. Así que cuando mi padre me dejó usar el coche, podía permitirme el quedarme en la cama durante unos minutos más. Como él era vendedor de coches, nunca sabía qué coche iba a traer. Recuerdo un fin de semana que me dejó ir en un Porsche 911, en realidad era una pesadilla porque si tocabas un poco el acelerador, el coche iba como un cohete. Fue tremendo y horrible, en cada semáforo los coches que estaban a mi lado querían hacer competiciones de carrera, cosa que le pasaba a mi padre cada día pero él estaba encantado, se sentía como un conductor de Fórmula Uno.
Por las tardes tenía clases de español, me parecía un idioma bastante fácil y coherente, bastante más que el francés que estudié en el instituto (Después una vez en España se me bajo bien los humos, ¡No entendía nada!).
Cada corona que ganaba lo guardaba para mi viaje, mi madre se quedaba una parte de mi sueldo para los gastos de la casa.
Al lado de mi cama tenía la foto de Antonio en uniforme y con el pelo cortado a cero. Estaba en la mili y me mandaba cartas que me costaba mucho leer, pero con un diccionario en la mano y palabra por palabra, finalmente pude comprender el contenido, aunque no todo. Al haber guardado todas las cartas, a día de hoy me da satisfacción poder volver a leerlas sin problemas.
Después de seis meses trabajando en el hospital, en diferentes unidades y con muchas pesadillas (Era demasiado sensible para ver a la gente sufrir y morir), llegó mi último día. Tenía ahorrado más de dos mil coronas, ya teníamos los billetes del tren reservado y las maletas preparadas.
Salimos el 8 de enero de 1973 cuando terminó todas las fiestas de navidad. Primero cogimos el barco a Copenhague y desde allí fuimos en tren hasta París. En París teníamos reservada una habitación en el barrio Montmartre, un sitio muy pintoresco. Lo pasamos muy bien pero también estábamos un poco perdidas y asustadas, la ciudad era y es enorme, y aún sabiendo algo de francés no nos sentíamos muy cómodas. Los franceses eran bastante antipáticos, pero de todos modos nos quedamos una semanita y fuimos como todos los turistas a ver los lugares más famosos de la ciudad. Vimos a la Mona Lisa en el Museo del Louvre, la Torre Eiffel, la Catedral de Notre Dame e hicimos un paseo en el Champs-Elysee. Una vez que nos cansamos de París y de los franceses, fuimos a Gare du Nord para comprar los billetes de tren a Madrid, que iba a ser nuestro próximo destino, por lo que mandamos un telegrama a Antonio con la fecha y hora de nuestra llegada. Después de un largo viaje entramos en la antigua estación del Norte, allí nos estaba esperando Antonio vestido con su uniforme militar, el pelo cortado a cero y acompañado de su hermana.
El resto es otra historia.